lunes, 8 de noviembre de 2010

Nunca Sucedió

Si las horas pudieran hablar tan solo hoy el parloteo consternado de estas asomaría sin cautela dejos de preocupación, de una ansiedad que carcome y corroe la sensatez. De una ansiedad que solo asecha a quien se considera ignorado debido a su insuficiente capacidad de amarse a si mismo.
Gritarían coléricamente a los cuatros vientos intentando de manera lamentable llamar la atención del único individuo que no se percata aún de la existencia de estas quimeras emisarias de un tiempo que se autoproclama real.
Aullarían de dolor y confabularían entre si insulsas estrategias insólitas para recordarle a ese “alguien” que osa omitir su supuesto transcurso con la intención de hacerle entender que expectantes se encuentran aún, sin ánimos de rendirse.
Inventarían el día y la noche, las estaciones, la vida y la muerte confiando en que tal vez así podrán atraer la atención del sujeto que carece del perdón del “mismísimo” tiempo.
Sin éxito el tiempo reagruparía a su tropa y les pediría prudencia, pues todo indica que han encarado al único que puede ganar la guerra sin haberla luchado, al único que alberga dentro de si un reflejo perfecto de un imaginario exterior que ostentosamente se pavonea al creer que es el quien contiene a pesar de que en los confines de su propio vacio conoce la única realidad. Tiempo y espacio se pondrían de acuerdo. Ordenarían la retirada pues no hay nada más que hacer ahí. No hay nadie, jamás lo hubo.
Tiempo y espacio se retirarían experimentando el sabor de la amarga humillación autoinfligida pues aun no están preparados para desaparecer.

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