He basado incontables decisiones en meras apariencias,
optando por lo estético, por la mentira endulzada con el más fino de los
placeres inmediatos que al emprender retirada deja un sabor en la boca… muy similar
a la desolación.
Maquillaje, prosa ensayada y tiesos encantos. Me he cansado
de las apariencias, que si bien, son una nimia advertencia de lo que el ser en
cuestión pretende, si mal… una nimia advertencia de lo que el ser en cuestión
pretende…
Las lecturas humanas tienden al fracaso, la imperfección nos
rige por completo cuando carecemos de rumbo, cuando carecemos de algún destino.
He abusado incontables veces del vicio lujurioso, de la rústica
mirada periférica o “de reojo”, de recalcitrantes pensamientos carentes de
sobriedad que me conducen al borde de la insanidad casi perpetua.
Como el payaso, cuyo maquillaje llora, finjo una sonrisa al infante
que se me aproxima curioso, como las solitarias mujeres, abuso del azúcar para suplicar en
silencio. Todo parece predicar un falso contento, un falso esto o aquello…
Predicar con el ejemplo adverso, predicar para exigir lo
contrario a lo enseñado y diseñado… Como quien buscare odiar y recibir afecto cual moneda
de cambio.
He circundado a las apariencias en las lejanías del ficticio
“semi-olvido”, esquina con “si claro”. Hoy han venido ellas a tocar a mi
puerta. Traen varios regalos y piden perdón…
Puedo mirar con claridad como sostienen un ramo de flores
con la derecha y como ocultan la izquierda tras la espalda…
Puedo observar nuevamente. Un nuevo juicio, presumiblemente…
¿Presumiblemente?
Y yo, triste, les cierro la puerta. Suelto una carcajada
y aguzo el oído. Es la música la que importa….