miércoles, 25 de enero de 2012

Asazaha

Eterno morador de los desiertos, ese soy yo. He caminado a través de las dunas durante soles y soles. Extraño a mi familia, extraño la verdadera compañía. Me siento un ingrato, pues en realidad mi caravana está compuesta por un centenar de gitanos que a la par avanzan conmigo, ríen conmigo, comen, duermen, viven y mueren conmigo. Día tras día. Azrahi siempre ha estado conmigo. Cuando éramos niños nos revolcábamos en la arena volviéndonos grisáceos, coqueteábamos con las niñas de la caravana y amarrábamos las patas de los camellos al anochecer. Azrahi siempre ha estado conmigo, es como mi hermano al igual que Isamú, descendiente de los Bezahara, una extraña comunidad que se aunó a la nuestra hace algunas generaciones. Siempre habla acerca de su propia persona pero ha logrado comportarse como un buen amigo. A pesar de todo, me siento un ingrato con la vida, con Dios. No puedo evitar sentirme solo en el desierto a pesar de que ellos me rodean. A pesar de ver a mi familia justo ahora a dos pasos de mi. Esto ocurre sol tras sol. A donde quiera que nos dirijamos juntos me han acompañado a estar solo. Soy un nómada que en secreto desea volar, volar lejos y encontrar nuevas tierras. Le debo lealtad a la caravana, pues me mantuvo y ayudó a ser productivo, a su indescifrable manera. Pero siempre que pregunto “¿A dónde vamos?” Nunca escucho algo sensato. Nunca. Le debo lealtad a la caravana pero comienzo a sentir que damos vueltas en círculos, que no deseo estar más en este sitio. Probablemente necesite sentir el vacio en nuevas tierras para añorar sentirlo en el desierto... Necesito equilibrio. Conozco perfectamente los extremos. El calor que funde corazones que se revuelven en la arena, el frio que penetra hasta el alma y congela mis sueños. Aprendí a amarles, aprendí por la fuerza. Necesito equilibrio, necesito escaparme de la caravana a la cual siempre regreso después de haberme creído listo suficiente como para poder burlar a los dioses, suficiente como para poder escapar de ellos y sus caprichos mas humanos que divinos. Siempre vuelvo a la caravana, siempre… Siempre. Mi frustración se extiende hasta lo recóndito de mi inexperta alma que clama por verdad. Algunos dicen que hemos venido a sufrir, otros dicen que estamos aquí para disfrutar la existencia, otros, a entenderla. Entre todo lo que en mi corta vida he escuchado de los viejos, ladrones, brujas y demás, se oculta mi ser. Enterrado hace tiempo ya por creencias milenarias. Esta es la historia de un gitano que rezó a los dioses puros, a los ocultos, a los prohibidos, a los inventados, a los desterrados, a los enterrados, a los no nacidos. Esta es la historia de un gitano que le rezó incluso a su propia sombra, corazón, alma, mente… Le rezó a su propia persona y aun así, nada obtuvo, nada quiere y todo lo tiene. Nada tiene y todo lo quiere. Es la historia de un millón de huellas que han sido borradas por capricho del viento. La historia de alguien que jamás, aparentemente, existió. Y aun así, sigue de pie, olvidando las plegarias, recordando los caminos que yacen bajo el océano de arena.

miércoles, 11 de enero de 2012

Zholve Te’ra

Desperté en un magro cuerpo que había sido corrompido anteriormente por espíritus malignos que hervían en el más sulfúrico odio. Moví lentamente cada dedo magullado de mis manos y pies, respiraba con cautela pues sentía punzadas oprimir mi pecho cada momento que inhalaba. Mi visión era imperfecta, podía distinguir sombras que se difuminaban en el espacio colorido que me rodeaba. De inmediato supe que cuestionar e investigar el pasado, todo por lo que el títere de carne en el que me encontraba había pasado, era inútil. Desperté cual si me acabaran de inventar, sin un ayer que recordar o un mañana que imaginar, era la vívida representación de una hoja en blanco en manos de un hábil dibujante o escritor, me sentía incapaz de quedarme inerte, viendo al tiempo pasar. Desperté en un cuerpo maltrecho cuyo rostro marcado por surcos amargos ya no sabía cómo pedir un poco de misericordia, de buen trato o al menos, de merecido reposo. ¿Qué habían hecho con él los repulsivos espíritus? Me levante poco a poco, las fuerzas que tenía eran escasas, tan pocas que tuve la ligera impresión de haber sido levantado por el más calmo de los vientos. De ser solo mente atrapada en un denso sueño con forma de sombría marioneta. Logré dar un par de pasos antes de flaquear y desvanecerme cual si me derritiera. Caí de rodillas y el resto de mi cuerpo se precipitó hacia adelante, se detuvo cuando amortigüe el impacto usando mis manos como soporte. Mis brazos por poco aguantaron el impacto. Las palmas de mis manos parecían conocer muy bien al suelo astillado y la sensación que este produce cuando se ejerce suficiente presión y fricción sobre él. Me levanté de nuevo, poco a poco. Me encontraba en el interior de una habitación con olor a humedad. De las ranuras que se habían formado en el entablado suelo brotaban retoños silvestres que no tardarían en envolver el sitio en su verde abrazo. Caminé con mayor equilibrio y logré distinguir con mayor precisión formas y colores, mi vista mejoraba notablemente conforme procedía en mi lento andar. Distinguí también el aroma fragante de los libros viejos y apolillados, estaban por doquier. Abiertos sobre el suelo, sobre los muebles roídos, tan enmohecidos que gritaban advertencias repelentes pues prometían desintegrarse al menor contacto. Había libros inclinados y recargados en los vidrios de las ventanas que simulaban sostener el cristal. Vaya, había libros hasta en el interior de los abollados calderos que apestaban a óxido. La habitación semi silvestre y maderosa era inmensa, no ofrecía ni facilitaba la salida. Palpaba todo lo que a mi alcance se encontraba, sentía el vigor regresar a mi cuando lo hacía. Cada objeto por más pequeño que fuese, al ser observado y tocado, revelaba un secreto y liberaba a un espíritu que desaparecía repleto de gratitud. De pronto, el objeto de mi atención ya no se veía tan vivo, se sentía estático, ya no gritaba ni convertía al silencio en una secuencia inentendible compuesta por desgarradoras alucinaciones. Todo se tornaba pacífico. Cuando me detuve ante el espejo de líquido cristal reflejante y observé mi mirada, comprendí los propósitos nefastos a los que serví cuando era inconsciente de mí ser, comprendí a través de la mirada que mi “nuevo” rostro me regalaba. Eran dos agujeros negros que se remolineaban en mi interior, agujeros negros que habían tragado almas, escupido crueldad. Agujeros negros que habían visto actos blasfemos, profanado la verdad y escondían a Dios. Desde aquel momento no he visto mi reflejo. Prometí que mi intelecto haría más avances que mi vanidad, prometí que solo volvería a ver mi mirada reflejada en la sonrisa del justo y el inocente. Aquel cuarto semi silvestre y maderoso fue lo primero que vi cuando regrese a la vida, probablemente a él vuelva cuando sea el momento de retirarme. Mientras tanto… seguiré revelando los secretos y misterios a quien siga pidiéndolos. Sigo caminando sin detenerme.

viernes, 6 de enero de 2012

La raíz de Mefisto

Pasaba horas perdiendo el tiempo en empresas fútiles, tranquilizándose con frases de Lennon e imaginando un futuro prometedor. Ahí, ante el mundo, el joven demonio se contemplaba en el espejo después de días de inactividad, de estática espiritual y bostezos prolongados hasta el amanecer. La juventud se derrocha a raíz de la ignorancia e ingratitud que por la vida misma se experimenta, se desploma como el cielo gris que llora por aquellos que dieron su vida para sembrar nuevas esperanzas, se derrite como el candente metal que alguna vez se caracterizó por su rígida existencia imperturbable hasta entonces, se desquebraja como los sueños de las madres al ver a sus hijos caer en la perdición absoluta. La juventud se derrocha por la gran mayoría, olvide remarcar este insignificante detalle, solo los nobles de corazón comprenden que no se puede perder un segundo en banalidades. Esto, lo sabía perfectamente nuestro demonio, quien comprendía la necesidad de alejarse de la pestilencia generada por las enajenadas mentes que gozaban al desgastarse en su propia miseria. Tentándose por convivir con las grandes figuras que deslumbran al mundo con su férreo porte, el demonio salió de su prolongado letargo para reunirse con la sabiduría imprescindible que se desborda del antropomórfico cáliz eterno. Fue entonces cuando inicio todo, fue entonces que la gran ciudad desconocía su destino, los héroes incansables ya esperaban a su manera, la noche misma reveló el secreto del maligno mediante sus palpitantes estrellas. Sería el demonio quien ahora comprendería el significado de la afilada sorpresa.

El sueño de Asmodeus

¿Cuantos mundos vi caer y sucumbir ante mí? ¿Cuantos sueños robé, sonrisas borré y promesas incumplí? La historia de mi vida vuelta una melancólica melodía de piano. Un dos tres… Un dos tres… Un dos tres. Siempre al ritmo de la más bella extinción. Ahora, sentado en mi trono comprendo que la dominación carece de sentido ya. Conquisté el mundo a cambio de mi alma, conquisté el universo a cambio de mi paz. Soy el emperador sin súbditos, el emperador de la oquedad. Soy el amo de nada. Perdí todo para obtener vaciedad rítmica, destruí todo para sentarme sobre las cenizas y observar en silencio mientras expiro con la carroña. Soy el emperador roto, el príncipe ha muerto, no hay nada que heredar. Cuantos corazones desfragmenté al dar la espalda y cuantas notas amargas y tristes inspiré con mis cruentas guerras. Devorador de espíritus, de sueños e inocencias, tirano manipulador que entregó en el calor de las llamas su último suspiro para dejar de ser humano y comenzar a ser demonio. Yo lo pedí, sí, yo lo pedí. Que estúpido fui al no saber pedir. Pude pedir un mundo aún más hermoso. Hecho para compartir. Incluso, pude pedir aprender a compartir, pude pedir ser mejor de lo que ya era, pero pedí mal, no supe… No supe. En mi memoria pesan las incontables memorias de días mejores que arranque despiadadamente de los libros que albergaban ideas de belleza y ficción. Mi carne helada dejó de sentir. Cuando fui humano alguien me dijo una vez: “Siempre se puede volver a empezar” Y me pregunto si en realidad eso es posible… Desearía comenzar nuevamente, lavar la sangre de mis manos y ser el más digno y humilde de los humanos. Entrego mi legión de espectros a cambio de un techo y un amigo, entrego mi cetro de huesos a cambio del aroma a hogar, entrego mi vacuo imperio a cambio de un beso, entrego mi idea de la nada por un leve rose del todo. Cuando fui humano alguien me dijo una vez: “Siempre se puede volver a empezar” Y me pregunto si en realidad es posible… Y me pregunto si en realidad puedo volverlo posible. Me pregunto si Dios me ha cedido ahora su fuerza creadora.