jueves, 11 de noviembre de 2010

El Santuario

En el interior de un santuario olvidado siglos atrás se proyectan débilmente los rayos del sol a través de vitrales inmensos que se encuentran a lo largo del pasillo principal. La luz solar continúa su camino hasta encontrar un altar intacto en donde aun existen rastros de alguna ofrenda tan misteriosa como ancestral. Una ancha columna lumínica cae libremente desde un tragaluz para lograr compartir su radiante espíritu con aquel altar de los eones pasados y venideros. Atrás del sagrado tabernáculo secreto yace inerte la estatua representativa de la alabada deidad femenina del antiguo panteón babilónico. Esculpida en mármol, Ishtar mira hacia el vacio como si de esta manera lograra vislumbrar en la lejanía de su inverosímil horizonte a aquel que traerá la Luz nuevamente. Alrededor de Ishtar como en el resto del santuario, sirios que muestran inactividad indefinida esperan en la eternidad reencontrarse con la llama que les traerá de vuelta a la vida.
La flora salvaje se infiltró centurias atrás en los adentros de tan majestuoso lugar. Enredaderas milenarias que son adornadas y protegidas por espinas tan delicadas como finas y mortíferas contienen una belleza indescifrable que impiden el tacto. Se manifiestan proclamando sus deseos de libertad mientras se expanden sin recelo alguno.
En el momento que el corredor inicial del santuario ve su fin ante el altar, el camino se bifurca creando dos nuevas alternativas.
Siguiendo el corredor izquierdo, fruto de esta bifurcación, una gran biblioteca que desentraña un sinfín de obras redactadas por mentes privilegiadas que en sus tiempos maquinaron ideas revolucionaras invita a la curiosidad misma a su basta red de conocimiento.
La bóveda bibliotecaria esta compuesta por sectores debido a su inmensurable compendio. Cada sector alberga obras que comprenden de la misma materia, logrando así una organización que facilita el encuentro entre obra y estudiante.
Desde redacciones filosóficas, religiosas y políticas yuxtapuestas, ciencias exactas que despliegan hipótesis y cálculos tan avanzados como complejos hasta amplios repertorios conformado por mapas y códigos previamente descifrados por historiadores, científicos y aventureros que devanaron su ser entero en dicha empresa.
Candelabros elegantes e invaluables de dimensiones ultra normales penden de un techo adoquinado que se muestra en perfectas condiciones y esta a veinte metros de un suelo meticulosamente pulido, tan inmaculado que exterioriza un reflejo perfecto de la habitación logrando un efecto que juega con las propiedades del espacio y tiempo. Un efecto tan maravilloso e intrigante que la realidad misma sucumbe mientras se evapora su forma.
El techo es sostenido por columnas erigidas en juegos de tres. Entre las columnas del mismo juego o grupo existe una distancia de once pasos largos y entre cada juego veintidós largos pasos. Dos de las columnas de cada grupo fueron colocadas en los extremos. Cada una soporta una pared de la bóveda mientras la restante soporta la parte media de esta, estableciendo de este modo dos arcos que unen a los pilares. En el borde de cada arco, figuras de seres angelicales fueron esculpidas. La belleza plasmada en cada cincelada es tal que resulta imposible no sentir su calor inspirador al contemplar las figuras aladas. La mirada de cada uno de estos seres es en demasía profunda. Logran invertir los papeles entre observador y observado, realzando la magistral finura en la destreza del escultor talentoso que dejo su alma.
Tantos son los grupos de columnas edificadas en la bóveda que parecen sostener una cámara que carece de final alguno…
El aroma a cubiertas polvorientas, páginas amarillentas y a madera vieja vicia por completo la catedral del conocimiento, dotándola de una idónea atmosfera digna para intelectuales desprovistos de necesidades de confort y armados con una sed de estudio que sobrepasa los límites ordinarios de comprensión.
Devolviendo la atención al camino que se bifurca ante al altar, el camino derecho demanda atención. Este conduce hasta el segundo salón, el cual rebela una vereda ascendente compuesta por escaleras tapizadas con una exquisita tela color sangre. Los bordes de la tela fueron tejidos con fibras doradas, concediéndole un toque sofisticado y pretencioso que le vuelve sumamente interesante.
El muro izquierdo del nuevo corredor no fue construido con granito y cantera al igual que el resto de la estructura colosal, si no de vistosos vitrales que contienen grabados simbólicos y escenas que representan una oración. Un canto elevado a los cielos.
Conforme el camino continúa y la representación gráfica de los vitrales cambia, el haz de luz que inicialmente despejaba levemente las sombras se vuelve más intenso. El aliento siniestro desaparece al llegar ante el último vitral que muestra a Tammuz surgiendo victorioso del inframundo sosteniendo una espada que despide desde su punta una energía radiante y ascendente. Al final del corredor, un portón cuyas hojas alcanzan el techo lejano, imposibilita el avance hacia el siguiente escenario.
Las hojas parsimoniosamente se abren cual si fueran empujadas por el suspiro proveniente de una entidad superior desconocida. Entre la ranura que se forma conforme las hojas se abren se escapan cantos de espíritus silvestres, melodías dulces que calman demonios inesperados acompañadas de tenues rayos solares. Ahora el camino esta despejado.
Un jardín edénico rodeado por desquebrajados vitrales muestra su oculta existencia sin temor alguno. Especies de flores desconocidas destacan entre la flora danzante que por acompañante tiene al aliento de la creación que acostumbra fluir con el viento eterno. Dentro de los capullos se esconden las hadas que juegan en silencio.
El calor que acobija al jardín es tan dócil como paradisiaco. Los espíritus del Sol gustan del templo que ofrece.
En medio del jardín se mantiene una pequeña capilla en pie, cuya estructura esta compuesta por un material cristalino tan puro y claro como el agua.
Bello como el espíritu del Invierno que coexiste en una perfecta armonía con su antagónica hermana Primavera. Iluminada por completo gracias a su constante exposición solar, en su interior se encuentra un par de velas usadas que son sostenidas por pedestales creados con el mismo material cristalino y pulcro que sostiene la capilla. En medio de la estructura apoteósica una alfombra circular sencilla azul celeste cubre como único accesorio el piso del inmueble.
Justamente sobre esta es donde se encuentra Luciel, buscando su luz interior y las respuestas que la vida aun no le proporciona al parecer.

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