miércoles, 3 de noviembre de 2010

La cura de la adicción

-¡Ponle de aquí cabrón!- Matías ahuyentaba con brusquedad a un perro que había tumbado al apoyarse con las patas un tambo de basura metálico que se encontraba en su patio delantero. Se dirigía agitando apresuradamente sus brazos en son amenazador hacia donde el perro husmeaba con el hocico los desperdicios cuando un par de centellantes faros trazaban con su luz líneas rectas que recorrían media calle y aparentemente se aproximaban cada vez más. Un ruido estruendoso de motor alterado acompañaba el avance de las luces.
Matías perdió la razón. Sus capacidades motrices se vieron severamente afectadas por el sorpresivo arribo de sus nada amigables ex colegas.
-¿Jugabas al buen samaritano con tus amigos mientras nos dabas por el culo?- Ese fue el saludo que profirió el primer sujeto que toco el suelo con sus relucientes zapatos italianos. Era el conductor que en ese instante apagaba las luces pero dejaba en marcha el coche.
El perro elevo la vista, enfoco a los hombres que se apearon del vehículo mal estacionado. Luego dirigió la vista hacia Matías que impávido sudaba frio. Regreso el hocico a su lugar.
-Por eso me pudren tanto los adictos que entran al negocio- Dijo nuevamente el mismo sujeto al no recibir respuesta alguna al mismo tiempo que apuntaba con su pistola el rostro pálido de Matías para después con un gesto imperativo apuntar hacia su coche. Sus ex colegas de un modo nada agradable entendieron la señal y se encargaron de depositarlo en el maletero en calidad de mercancía.
Dos golpes con la palma bien abierta indicaron que todo estaba listo. Un rayón de llanta, un motor rugiente y música a todo volumen era la formula necesaria para desaparecer la carcasa metálica segundos después
El perro sin prestar atención alguna siguió buscando su cena mientras meneaba el rabo.

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