viernes, 6 de enero de 2012

La raíz de Mefisto

Pasaba horas perdiendo el tiempo en empresas fútiles, tranquilizándose con frases de Lennon e imaginando un futuro prometedor. Ahí, ante el mundo, el joven demonio se contemplaba en el espejo después de días de inactividad, de estática espiritual y bostezos prolongados hasta el amanecer. La juventud se derrocha a raíz de la ignorancia e ingratitud que por la vida misma se experimenta, se desploma como el cielo gris que llora por aquellos que dieron su vida para sembrar nuevas esperanzas, se derrite como el candente metal que alguna vez se caracterizó por su rígida existencia imperturbable hasta entonces, se desquebraja como los sueños de las madres al ver a sus hijos caer en la perdición absoluta. La juventud se derrocha por la gran mayoría, olvide remarcar este insignificante detalle, solo los nobles de corazón comprenden que no se puede perder un segundo en banalidades. Esto, lo sabía perfectamente nuestro demonio, quien comprendía la necesidad de alejarse de la pestilencia generada por las enajenadas mentes que gozaban al desgastarse en su propia miseria. Tentándose por convivir con las grandes figuras que deslumbran al mundo con su férreo porte, el demonio salió de su prolongado letargo para reunirse con la sabiduría imprescindible que se desborda del antropomórfico cáliz eterno. Fue entonces cuando inicio todo, fue entonces que la gran ciudad desconocía su destino, los héroes incansables ya esperaban a su manera, la noche misma reveló el secreto del maligno mediante sus palpitantes estrellas. Sería el demonio quien ahora comprendería el significado de la afilada sorpresa.

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